He dejado este blog un tanto descuidado, y mucho ha sido lo que ha pasado. Estaré subiendo algunos textos de #LaberintosMentales aquí mismo, y algunos pensares que me rondan por la cabeza

Breves notas, crónicas y pensamientos fugaces unidos por una telaraña de nexos.
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He dejado este blog un tanto descuidado, y mucho ha sido lo que ha pasado. Estaré subiendo algunos textos de #LaberintosMentales aquí mismo, y algunos pensares que me rondan por la cabeza

Resulta de lo más raro sentir la mirada de un curioso incauto. Sus 190 cm de estatura me miran hacia abajo como una cosa peculiar, que se entrelaza con la ternura que expresa con esos ojos. Por mientras, yo en ese mundo bajo que es el de un pigmeo, analizo el gafette, y veo el rostro medio oculto por el cubrebocas. Un poco la robustez de esa persona y su aparentemente amable demeanour.
No entiendo lo que llegasen a pensar quienes ven que en mi escritorio se asoman objetos floreados, bolsas con fotos de gatos, y uno que otra cuestión sui generis que traigo conmigo. No obstante, mi predilección por los reconfortantes estampados y una sudadera de elementos fantásticos no me hace menos profunda. A veces pienso que las primeras conversaciones que tenemos con algunas personas marcan recuerdos e impresiones que perduran por los años. Siento así que fue el caso en esta ocasión.
Peculiar…

Renunciar a pensar por «amor» a otro sería una traición a mi misme. Supongo que esa es la principal alerta de algo que está destinado a fracasar. Entre las ramas de aquella jungla industrial, se asoman individuos que intentan dominar la escena mostrando su primitiva «superioridad» física y algunos, la «intelectual». No puedo evitar pensar que he «perdido oportunidades» por darle prioridad a mis ideales, pero acaso ¿se le puede llamar oportunidad a la puerta que conduce a la subordinación absoluta, a la renuncia de la individualidad? supongo que entonces son aquellas situaciones las que son falsas puertas, falsas opciones. El cuerpo y el deseo son también dos dimensiones bastante subjetivas. Hay quienes viven para sentir el calor de otros entre las sábanas, otros quienes les gusta la perversión, y hay quienes simplemente podemos pasar un largo tiempo sin extrañar el contacto ajeno. El contacto físico sin emociones no pareciera demasiado atractivo para mí, y el acceso a mis emociones cada vez se torna más complejo. Supongo que la intelectualización de mi sentir con el paso del tiempo, me está volviendo más solitarie. No puedo evitarlo, supongo que estoy condenada a complicarme la existencia un rato más.
En cuyo caso, creo que aunque he estado mucho tiempo buscando «extraordinario», debería de convertirme en cambio en «extraordinarix». Es más sencillo construirse en aquello que se quiere ser que buscarlo en otros. Y en esa carrera, con el tiempo, tal vez me vuelva más solo.

Querido ausente que te encuentras en esa vorágine del enajenamiento, que no descansas. Pareciera que las horas son largas, y en tu ausencia dejas un vacío que difícilmente alguien llena. Es costumbre de mi ansiedad que llena los vacíos con imaginaciones horribles, por lo que mi mente ha divagado en crearse historias de esas terribles posibilidades. No obstante, culpa no tienes. Esta es una batalla que toda la vida libraré con todas esas ausencias que amenacen convertirse en pérdidas, y así mismo en duelos. Pensar que hay gente que llega a mi vida y se aferra con tal fuerza, que poco ha sido el tiempo de saber de tu existencia, y sin embargo empiezas a pesar en mis decisiones. Contrarresto estos malestares de una mente hiperactiva recordando la vida sin ti. Recordando que llevo casi 30 años desconociendo quién eres y perfectamente me he mantenido en mis cabales. Ni siquiera puedo afirmar si te conozco. Ha sido muy pronto todo, y sólo alcanzo a reconocer una cierta neurosis por exceso de trabajo que intentas mitigar con tabaco. Pecas de algo similar a lo mío: pensar demasiado rápido y llegar a conclusiones equivocadas.
En días anteriores había escrito algo de ti al respecto, que dejo plasmado aquí en el caso en el que definitivamente desaparecieses:
En ese inter que es el idilio entre la razón y la pasión, me encuentro disertando en mi próximo movimiento. Puedo constatar que no había conocido a alguien que se diera cuenta con tal claridad que dejarme lucubrar resulta perjudicial para quien me quiere acompañar. Se adelanta unos cuantos pasos, y me ha desarmado de tal forma que no encuentro manera de refutar lo que me dice. Supongo que ya tocaba que alguien pudiese estar en la misma sintonía que yo. Y aunque resulta engañoso que con tal fuerza la persona en cuestión exprese que tal vez yo me había rodeado de personas con «la profundidad emocional de una papa», disiento pensando que simplemente la profundidad e intereses de aquellos que en algún momento se me acercaron reside en lugares que no necesariamente eran de mi interés.
En ocasiones he caído en ese engaño que es la pasión desmedida de llamar a alguien «tan complejo como un rompecabezas de cuatro piezas», en instantes donde mi razón deja de funcionar y simplemente me abandono a la sorna que me provoca una persona que queriéndose pasar de listo, intenta tomarme el pelo, accionando ese lado travieso que no hace más que disfrutar de sacarle la vuelta y evidenciarles con una sola palabra que a nadie engañan. Infligir una herida rápida y dolorosa al ego de quien se pavonea, resulta ser en sí mismo, un juego de un narciso que disfruta de ese delirio de superioridad mal llamada «intelectual». Como quien disfruta de hacer reír a otros, hay quienes disfrutan de observar los ojos vacíos de quien se ha dado cuenta que una palabra, que fuera de ese contexto, sería carente de sentido, pero que en ese instante devela vergüenzas ajenas, evidencia lo que quiso ser pasado entre las sombras.
Ahora no ha quedado más que simplemente observar como el caparazón, aquello que dejé crecer para protegerme se va erosionando con el efecto de aquellas afirmaciones que dan golpes certeros en puntos claves. Se adelantan a mis pasos, me agarran desprevenida. No me queda más que rendirme ante la marea que me arrastra. Mis brazos y piernas pierden fuerza, y me veo a la deriva de aquella sensación burbujeante que es el rubor que sube por mi rostro, la cosquilla en mis oídos, la caricia en mi pelo por ese ente etéreo a quien veo como un par. Siento que estuviese ante un espejismo. Froto mis ojos y la imagen que se ha grabado en mis retinas no desaparece. -¿Será?- me pregunto. Siento un golpeteo en el pecho como quien toca con fuerza a la puerta. Me pregunto de nuevo: -¿Será?
Siento como si la realidad estuviese dividida, asemeja cuando despierto con demasiada rapidez sin completar mi fase REM: en la disonancia perceptual que significa sentirse entre la realidad y el sueño.
Pese a todo, tu ausencia también da espacio para comprender lo que significas para mí. Porque he de admitir que aún tu sentir, y tu proceder psíquico no me ha quedado claro. Me gustaría no adelantarme a juzgar apresuradamente quién eres, y por qué llegaste. Pudiese que tu desaparición sea también parte de esa ambivalencia que fue tu repentina llegada. Acepto que eres muy dual, por lo que deberé estar lista para que tu ida sea igual de fugaz.

He convertido a esa persona en otro ser electrónico. No pareciera ser la misma persona en vivo que en escrito. Hay quienes viven simplemente como bytes al otro lado de la línea. Pero en este caso en concreto, pareciera que este individuo se ha particionado. El hombre pierde sentido, aquel que nunca será encontrado. Imagino con un poco de pavor el miedo que proyecta, y que en sí, me hace sentir. Siento el miedo que siente, porque es lo que refleja. Entre menos hable, menos hablaré.
Pensar que las cosas se enfrían porque se dejan de lado. Pero también porque quienes las buscan no saben lo que quieren. Empiezo a entender qué hay cosas que no deben de buscarse, sino de encontrarse. Me alegra dejar que todo tome su curso.

Cuando la mente descansa después del ajetreo, duerme y sueña que no es un cerebro, al despertar, mis niveles de concentración van más allá de lo usual. Puedo encontrarme en control de las situaciones y pensar con claridad. Me gusta imaginar que en parte ha sido por el cambio en la alimentación. En esas tareas que uno desempeña, se asoma la sombra que ronda esa mente concentrada. Esconde el rostro tras gafas y máscaras, se cubre con capuchas, se resguarda del frío, y deja correr la cafeína por el torrente sanguíneo. Se siente como quien pisa el acelerador y va arriba del límite de velocidad, con plena conciencia que en cualquier momento puede parar. Llegan por detrás dos presencias familiares, una de las cuales he resignificado numerosas veces. Hay gente que pierde su lugar como un igual, y termina dibujándose como una presa en mi conciencia, presa de mi sarcasmo, así como un perro ovejero anda tras las presas que tiene a su cuidado, disfrutando mordiéndoles los tobillos para dirigirlos, mas no pretende comerse a nadie. En mis pensamientos se forman una frase corta de tres palabras, mientras que en silencio veo una conversación de aquellas intrascendentes desenvolverse ante mis ojos. Mi mente ausente. Veo la oportunidad cuando el más polluelo de la comitiva, la presa, se queda un metro atrás, dividido de la mamá gallina no sólo por la distancia sino por la barrera del idioma. Y casi como quien susurra al oído un fatídico destino, sólo enuncio en voz baja: «no has respondido». Se congela por un momento y tartamudea algo que tan común fue ya que no permanece en mis recuerdos. Sonrío para mis adentros. Sé que esas palabras develan tanto para él, pero para quienes hay a su alrededor no significan nada. El juego de la oveja y el perro ovejero continúa.

A veces me encuentro teniendo pensamientos fugaces, fragmentos de anhelos que descienden en el firmamento de mi mente. Me gustaría saber si ellos son sólo deseos imposibles, o corazonadas de algo venidero. A menos que haya fuertes punzadas en la función cardiode de mi ser, no reacciono con facilidad ante nada. Siento que son solamente imaginaciones. Me detengo a ver qué sucede, contemplo las posibilidades como imágenes proyectadas sobre una austera manta. Mis pensamientos profundos, un cine improvisado; mi conciencia, el espectador. Imágenes de algo que no ha sucedido se proyectan sobre la pantalla. Y en el fondo me pregunto si eso es lo que quiero, o eso pudiera pasar… y si sucediese ¿cuáles serían las implicaciones? No logro vislumbrar nada. No me apresuro siquiera a analizar todo. Mi mente ha encontrado una paz que le permite ver las situaciones con un serenidad y criterio, en frío. Prefiero pensar que eventualmente se decidirá conforme al tiempo. Procuro mantenerme firme que no esperar nada mientras se sueltan pequeños anzuelos es mucho más sano para las emociones, que nada. He vivido en el ambos extremos: aquella parte que se niega a vencerse y termina haciendo lo imposible para lograr los objetivos… cueste lo que cueste; y en estos momentos soy la persona que se remite a simplemente ver, e ir decidiendo sobre la marcha. Estoy, pues, en un momento de ahorro energético y emocional. Navego con calma.
Y de repente, los pensamientos se esfuman.

Él no existe porque siento sus palabras vacías. Es sólo el proxy de un recuerdo bastante familiar. Se siente similar a algo que ya había visto, siento el terrible vacío que me proyecta. Sin cuerpo de palabras gentiles, el peso de su presencia es nula. No son mas que bytes, una salida breve, un miedo latente. Si tuviera la oportunidad de tocar su rostro, la energía de mi anhelo se traspasaría. De ser así, no podría siquiera recuperarme de aquello. Con el paso del tiempo y las cicatrices de la experiencia, me encuentro en el borde de aquello que admito. Tan fácil no dejaré se acerquen los «perfectos», ni aquellos que con sus máscaras vendan ilusiones vanas.
Su rostro gentil, las señas de una maduración inevitable, los cabellos cobrizos, la sonrisa encantadora. El secreto, el silencio. Los factores se apilan uno tras otro. No puedo evitar conectar los puntos, y lo que pudiera ser aparente inocencia, se tiñe de dudas ante las ausencias. Simple es, que vanas ilusiones son. Pero yo, que veo la réplica de ese momento atroz, se me congela el corazón. Mis entrañas se nublan de estática, que sube hasta mis oídos, en un zumbido insoportable. Siento el vacío, y se mezclan sus voces. La grabación «¡qué bonito!» expresaba en un acento ladino, el bullicio de la Ciudad de México detrás. «Bueno» me contesta en el teléfono, su voz no la reconozco.
Han pasado los meses, y en el encierro, su presencia digital se ha materializado innumerables ocasiones. El deseo que fue resurge a oleadas. Recuerdo y valoro los riesgos de siquiera tocarle el rostro. La factura le ha pasado el encierro, y como en esa ocasión, su cabello más largo, sus facciones redondeadas. Intenté ver la mirada que tanto me decían que tenía. A través de la videollamada, nada. Resuelvo con risa, y un pensamiento sombrío que oculto tras la sonrisa, que mis expectativas murieron hace mucho tiempo. Coloco en mis pensamientos un panel de corcho imaginario, en él su foto, y bajo la foto una lista de cuestionamientos y puntos que he aprendido con el tiempo. Puedo recordar sus frases oscuras cuyos propósitos siempre se ocultan.
Silencio. En una conversación de texto intercambiamos preguntas. Le paso un ticket imaginario, un pase por algún cuestionamiento. Con cautela, renuncia a su turno. Muevo mi primera pieza. Un peón que sólo recorre una posición. Los movimientos se mueven para formar el recuerdo de aquella ocasión. Ha pasado tanto tiempo y ¿por qué seguimos tan aferrados a una memoria tan efímera? ¿por qué nos reducimos a aromas y texturas? ¿a estática, energía, calor? ¿Al color de esos blancos y delicados dedos? ¿A la forma de su cráneo y la proporción de sus extremidades? ¿A la sonrisa tímida, el rubor en rostro, a la escurridiza presencia, a la inseguridad, a la carcaza que se endurece y que se ablanda pasando los meses? ¿A las risas ocasionales y la culminación en lágrimas? ¿A los chistoretes y albures, y a la superioridad moral? Somos entes en este estira y afloja.
En la mañana, despierto. Y aquellas memorias parecen irse diluyendo. ¿Acaso todo fue un sueño? Camino por los campos de cultivo, paso a lado de las bicicletas, siento el aire fresco en la que se asoma el otoño. Recuerdo a la fieresilla en casa, la suela de mis zapatos que se va desgastando. Pensar que mi realidad tangible es muy diferente a las ilusiones de un ente digital. Me desconecto. No hay nada más. Sigo mi camino.

El olor a selva se asomaba en los comentarios de aquel joven chiapaneco: «cuando sientes la espada de Damocles encima de tu cabeza, lo demás ya no importa», me decía con su voz chirriante como de un eterno ser en la pubertad (su voz se quedó en ese pequeño espacio de tiempo, por lo que en breves instantes su entonación era disonante), puesto en un coloquialismo «se le salían los gallos». Esta frase fue lo que enmarcó cuando alguien que fingió ser mi amistad, también fingió ser paciente terminal de cáncer, e inventó una serie de disparates infames para llamar la atención, pero eso lo dejaré de lado. Ello merece su propio espacio en esta columna.
Así en esta situación, el tiempo pasó a un ritmo diferente en el encierro, me acompaña recientemente un caniche de seis meses, callado, estoico, miedoso, cariñoso. Mi sombra reciente, siempre a mi lado, de salirme de ese espacio confinado que es mi apartamento, vocifera como si una parte de su alma se le estuviera desgarrando. Me preocupa. El día que me separe para reincorporarme a mi trabajo, la pobre criatura llorará inconsolable. A mí, como xadre que me he vuelto, también me empieza a doler.
El espejo es un juez duro en la soledad. Es la antítesis, un reflejo del súper yo. Me juzga o me quiere. Simplemente por sí sólo es pero yo le doy un peso diferente. Me siento frente a él, y me veo preguntándome: ¿todo este tiempo, cuándo me arreglo, para quién lo he hecho? Entre un duelo autoimpuesto llorándole a un muerto que nunca fue, la ola de ropa negra inunda el armario… el armario el símbolo de una libertad económica, puesto que de niña no tenía uno propio, para algunos es un peso, para mí una libertad.
Clósets hay muchos tipos, no obstante, aunque aludido a las identidades de género y preferencias sexuales no normativas, me gusta pensar que también es el refugio de las neurodivergencias, de las autoimposiciones, del silencio que tomamos cuando tenemos miedo de exponer lo que pensamos. Sin embargo, en esta sociedad frágil, de realidad corrompida, está a punto de llegar el fin de una época, donde la libertad del individuo deberá de trascender el espacio físico para resignificarse en algo más allá. Con ello, quiero decir lo siguiente: si llegaramos a cuarentenar varias veces en esta normalidad, tal vez convendría deshacernos de los miedos sociales. Tendríamos que empezar a valorar procurar nuestro bienestar antes de sucumbir a reglas irracionales nacidas de la intolerancia, del odio.
Esta semana se conmemoró el Día Internacional contra la Homofobia, Bifobia y Transfobia, y justo por eso traigo el tema a colación. Tal vez en este encierro, para los que tenemos un claro privilegio, podremos transicionar de una rutina del exterior a una del interior. Podrá servir como una herramienta para clarificar y poner en orden nuestras prioridades sociales. En mi caso, mi muy profundo arraigo a las convencionalismos sociales del buen comportarse de una «dama de sociedad» (expresión que me causa un rechazo en el estómago), empieza a ser cuestionado. Para quienes vivan el maltrato en el encierro, será un momento demasiado duro. Por lo que, en cualquiera de los casos, el ocaso de esta época es el momento justo para cambiar muchos de nuestros comportamientos sociales, sin embargo, habrá un grave desgaste en la salud emocional. Estoy consciente que no a todos les ha sentado tan bien el encierro como a mí, dónde a decir verdad, el aislamiento me protege de mi constante ansiedad social.
Retomando las frases de ese joven chiapaneco, esta situación límite es mi espada de Damocles, y como está encima de mi cabeza, algunos convencionalismos sociales han terminado por importarme nada.

Semana del 16 de abril de 2020, «Laberintos Mentales», en Notas Sin Pauta.
Mi cuerpo físico habita en un departamento desde cuyas ventanas se pueden ver galopar a los caballos, los sembradíos, y gente comprar los víveres. El tren que corre hacia el norte no se detiene, y en su paso el rugir de la maquinaria silencia momentáneamente el trino de las aves. Más al sur, por el malecón del río, se pasean las garzas gráciles, y algunas se refugian en los árboles ante el calor del verano que también quema a la poca gente que pasea por allí. El miedo al contagio ha cerrado los establecimientos, sin embargo al clima y a la naturaleza ello le es indiferente.
Pareciera que a sólo 30 minutos de distancia, donde se resguarda mi familia, la escena es radicalmente distinta, asomose la desesperanza en los hospitales, inundándolos. El terror se asoma en los diarios, en las redes. En mi pueblito me encuentro aparentemente sola, sin salir. Sin embargo, no puedo más que estar agradecida por tener lo necesario para resguardarme aunque no pueda ver momentáneamente a mi familia. Sola estoy, mas no solitaria. Mantengo mi ánimo auxiliándose de las redes y sus bondades. La fiesta en Twitter y mis llamadas con la abuela. Y algunas noches por semana en buena compañía, hago intercambio de idiomas.
No obstante, el encierro es la fuerza que nos confronta con nosotros mismos. El ser humano existe parcialmente a través de otros y confirma su existencia por la interacción social que tiene. El vernos al espejo es enfrentarnos, lo cual normalmente podemos evitar mediante la enajenación de la rutina. Pero cuando la rutina desaparece, el mundo se detiene, los demonios se asoman, las sombras se oscurecen y nos vemos obligados a encontrar la manera de sobrevivir: un poco de alcohol más, comida chatarra, dormir más… todo para no sentir la ansiedad que se va acumulando con el sentimiento que las paredes del encierro se compactan con el paso del tiempo.
Sintiendo el viento del atardecer entrando y susurrando por la ventana del estudio, mientras que preparaba otro texto para esta columna, a través de ese mismo ambiente llegó una misiva electrónica de alguien a quien ya consideraba fuera de mi vida. Fantasma electrónico que vino a perturbar mi paz, llegó con comentarios cuya lógica contradictoria empezaron a jugar con mis circuitos que intentaban descifrar el mensaje. Críptico rompecabezas verbal que intentaba armar conforme iba avanzando la conversación. El reloj de arena de mi escritorio marcaba el tiempo en el que una pregunta se hacía y se mal respondía.
El encierro puso bajo la lupa la psique de esta persona, y me la mostró de una manera tan perturbadora que sentí como un impostor se hubiese apoderado del cuerpo de él, puesto que le desconocí completamente. En unos pocos minutos el dolor que tanto me había infligido durante el tiempo que le traté, regresó, y terminé deshecha en lágrimas. El remanso de paz, mi tranquilidad proporcionada por los ansiolíticos, el sueño, el cuidado de mi alimentación, y mi mejora del sueño se fueron momentáneamente al traste por un incidente.
No estamos aislados, simplemente el calor humano se siente diferente. Me recuperé a las horas después de haber bloqueado teléfonos, redes sociales, cuentas de mensajería, y todo medio que fuese posible. Esta situación tan inusual de un mundo paralizado nos redescubre como humanos. Supongo que no es momento para descifrar misterios, no es momento de ponernos más al límite de lo que ya estamos. La indulgencia no está mal puesto que cada día nos enfrentamos a cifras de muertos, contagios, hospitales rebasados, falta de insumos, privilegio, vulnerabilidad. Ello nos va minando la paz. Nadie es inmune al horror, y en este momento lo que podemos hacer es en la medida de lo posible evitar a la gente que sólo viene a sacar sus frustraciones con nosotros, o que simplemente mueve fibras sensibles. Me había rehusado a bloquear personas, pero en esta ocasión me di oportunidad. Es esencial siempre poner límites, pero bajo estas circunstancias es una habilidad cuya ausencia o presencia es la diferencia entre la vida y la muerte.