La transformación de los afectos

Una nube de tormenta, aislada en un cielo nocturno despejado. Retrato perfecto de lo que siento.

Llegamos a las vidas de otros por mero capricho del destino. Coincidimos con ciertas personas por algunas trazas en común, y aún así en ocasiones terminamos por no congeniar con otros. En un tono más personal, después de deshacerme de la neblina mental, los estímulos externos empiezan a volverse un tanto abrumadores. Mi mente es ágil, puedo tomar decisiones, pero los corazones de los otros se me presentan transparentes. Es muy sencillo ver qué hay intenciones que no estaban allí, o de las que no había tomado nota. Entre ellas, la tristeza me embargó al sentir el desprecio de alguien a quien le tuve en estima, y defendí ante todo. No le culpo. Vive un duelo al enfrentarse a la orfandad, y hay un severo hueco emocional que ha llenado con ideas de otra persona. Alguien quien no me tolera, y por lo tanto el agua del pozo de nuestra reservada amistad, ha quedado envenenado.

Entre esas razones, me refugio un poco en las palabras de un amigo, quién nos conoce a nosotres, quién me ha dejado ver qué mi ahora dañada amistad expresa un desazón, una falta de comprensión de porqué mi amigo y yo seguimos siendo eso: amigos. Le ha dicho él: «porque llevamos más tiempo de conocernos». De una manera tan simple, casi sin decirle deja abierta la posibilidad de darle a conocer que su perspectiva pudiese tener un sesgo.

Por otro lado, recuerdo aquellas amistades que he dejado morir cuando hube visto que no había ningún futuro con ellas. Cuando sabía que no podía repararlas, cuando me encontraba en una situación donde más que buenos o malos, no era sano seguir allí porque nuestras circunstancias habían cambiado tanto, que ya no éramos esas personas que fuimos cuando congeniamos.

Amistades de años que tras una fuerte discusión, salud mental deteriorada, y traza de manipulación se empezaba a gestar, desaparecí (cómo suelo hacerlo cuando no siento ninguna comodidad al quedarme estacionada). En este caso es igual. Yo no puedo sostener el duelo de esta amistad, ni apoyarle porque desprecie que lo intente. No puedo mantenerme cerca porque se ha puesto una armadura que lastima al acercarse. He de comprender que su mente no está en un estadío emocional sano y que no puedo involucrarme en algo que no será bueno para mí. Dejaré que el coraje, la envidia, los celos, el rencor, mueran como las hojas de un árbol caduco al principio del otoño. Se irán así y caerá la última cuando en mi mente todos esos comportamientos erráticos hayan sido olvidados.

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