
Él no existe porque siento sus palabras vacías. Es sólo el proxy de un recuerdo bastante familiar. Se siente similar a algo que ya había visto, siento el terrible vacío que me proyecta. Sin cuerpo de palabras gentiles, el peso de su presencia es nula. No son mas que bytes, una salida breve, un miedo latente. Si tuviera la oportunidad de tocar su rostro, la energía de mi anhelo se traspasaría. De ser así, no podría siquiera recuperarme de aquello. Con el paso del tiempo y las cicatrices de la experiencia, me encuentro en el borde de aquello que admito. Tan fácil no dejaré se acerquen los «perfectos», ni aquellos que con sus máscaras vendan ilusiones vanas.
Su rostro gentil, las señas de una maduración inevitable, los cabellos cobrizos, la sonrisa encantadora. El secreto, el silencio. Los factores se apilan uno tras otro. No puedo evitar conectar los puntos, y lo que pudiera ser aparente inocencia, se tiñe de dudas ante las ausencias. Simple es, que vanas ilusiones son. Pero yo, que veo la réplica de ese momento atroz, se me congela el corazón. Mis entrañas se nublan de estática, que sube hasta mis oídos, en un zumbido insoportable. Siento el vacío, y se mezclan sus voces. La grabación «¡qué bonito!» expresaba en un acento ladino, el bullicio de la Ciudad de México detrás. «Bueno» me contesta en el teléfono, su voz no la reconozco.
Han pasado los meses, y en el encierro, su presencia digital se ha materializado innumerables ocasiones. El deseo que fue resurge a oleadas. Recuerdo y valoro los riesgos de siquiera tocarle el rostro. La factura le ha pasado el encierro, y como en esa ocasión, su cabello más largo, sus facciones redondeadas. Intenté ver la mirada que tanto me decían que tenía. A través de la videollamada, nada. Resuelvo con risa, y un pensamiento sombrío que oculto tras la sonrisa, que mis expectativas murieron hace mucho tiempo. Coloco en mis pensamientos un panel de corcho imaginario, en él su foto, y bajo la foto una lista de cuestionamientos y puntos que he aprendido con el tiempo. Puedo recordar sus frases oscuras cuyos propósitos siempre se ocultan.
Silencio. En una conversación de texto intercambiamos preguntas. Le paso un ticket imaginario, un pase por algún cuestionamiento. Con cautela, renuncia a su turno. Muevo mi primera pieza. Un peón que sólo recorre una posición. Los movimientos se mueven para formar el recuerdo de aquella ocasión. Ha pasado tanto tiempo y ¿por qué seguimos tan aferrados a una memoria tan efímera? ¿por qué nos reducimos a aromas y texturas? ¿a estática, energía, calor? ¿Al color de esos blancos y delicados dedos? ¿A la forma de su cráneo y la proporción de sus extremidades? ¿A la sonrisa tímida, el rubor en rostro, a la escurridiza presencia, a la inseguridad, a la carcaza que se endurece y que se ablanda pasando los meses? ¿A las risas ocasionales y la culminación en lágrimas? ¿A los chistoretes y albures, y a la superioridad moral? Somos entes en este estira y afloja.
En la mañana, despierto. Y aquellas memorias parecen irse diluyendo. ¿Acaso todo fue un sueño? Camino por los campos de cultivo, paso a lado de las bicicletas, siento el aire fresco en la que se asoma el otoño. Recuerdo a la fieresilla en casa, la suela de mis zapatos que se va desgastando. Pensar que mi realidad tangible es muy diferente a las ilusiones de un ente digital. Me desconecto. No hay nada más. Sigo mi camino.
